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jueves, 8 de noviembre de 2012

Del Ikea y de la crisis

Hay días, que el escribir en un blog se hace sólo, ya que tienes muchas ansias por hacerlo. Otras veces cuesta un poco más. Y otras, sencillamente no tienes palabras para expresar lo que quieres ver.

Este artículo que hoy os dejo, lo he leído en el Facebook (y también en la entrada de Antonio), y trata sobre la crisis. El original ha sido publicado en el periódico "El Mundo" (aquí).


Una mujer se plantó ante el mostrador de Puri, en la cafetería del Ikea de Murcia, al caer la tarde. En una mano llevaba un billete de cinco euros; en la otra, un repóker de niños hambrientos. Pidió cinco menús infantiles: pasta, yogur y zumo a un euro por cabeza.
-Cocinera, ¡échanos más macarrones, que tenemos hambre!-, aullaban los chavales.
-Hágales caso. Ellos tienen hambre... y yo no tengo más dinero-, terció la mujer.
La cocinera se conmovió ante la escena. Así que, disimuladamente, sirvió un cacito extra a cada niño. «Eso sí, la madre se quedó sin cenar», recuerda.
La cafetería de Puri, como la de las 18 tiendas de Ikea en España, lleva meses a reventar. Y no sólo de clientes que toman un tentempié mientras amueblan la casa. También hay personas en apuros económicos que combaten el hambre con las ofertas de la empresa sueca. «Desde que empezó la crisis, esto es el no parar», resopla la cocinera.
En Ikea se puede comer todo un día por sólo tres euros. De desayuno, café y un bollo: 50 céntimos. De comida, un menú infantil: un euro. De merienda, un perrito caliente: medio euro. Y, de cena, diez albóndigas con puré de patatas y salsa de arándanos: otro euro. Más barato que cocinar en casa.
De ahí que hayan surgido auténticos expertos en exprimir estas ofertas. Como Israel, de 36 años, y Cecilia, de 28, que visitan dos veces a la semana el Ikea de Alcorcón (Madrid), a los que hoy se ha unido la madre de ella, María Luisa. Por sólo 5,80 euros, cenan los tres: dos raciones de albóndigas, tortitas con nata, más pan, café y refresco.
El trío explota todas las rendijas del sistema. El café les sale gratis porque tienen la tarjeta Ikea. El refresco es rellenable, así que comparten un vaso entre todos. Y los días que no hay oferta de albóndigas, se contentan con el menú infantil. «Con eso cenas... Aquí quien pasa hambre es porque quiere».
Así, algunos han convertido Ikea en una especie de comedor social. En el Ikea de Jerez, tres matrimonios con hijos cenan allí casi todos los días. Piden albóndigas más un refresco para compartir. Los días especiales, añaden un cucurucho de helado para los niños. La familia duerme con el estómago lleno por cuatro o cinco euros.
«Ni McDonald's puede competir con esto», coinciden Silvia y Rubén, dos inmigrantes mexicanos que cenan albóndigas y refresco de cola en el Ikea de Hospitalet. «Es bueno. Es barato. Y el lugar es cómodo».
Cuando fundó Ikea, Ingvar Kamprad solía decir: «Un estómago vacío no compra muebles». Ahora, la crisis ha falseado esta sentencia. Cada vez más clientes utilizan el atajo semioculto que permite saltarse el laberinto de muebles y plantarse directamente en la cafetería. «Muchos sólo vienen a comer», confirman los sindicatos.
En Ikea no facilitan estadísticas sobre este fenómeno. En cambio, sí que confirman que han modificado su política de precios por la crisis. «Este año hemos reducido los precios de nuestros productos de alimentación más vendidos para que todo el mundo pueda comer comida de calidad a buenos precios», dice Kevin Johnson, director del área de restauración de Ikea.
Seis millones de perritos, 16 millones de albóndigas... Las cifras de ventas son colosales. En total, sus cafeterías facturaron 55,67 millones de euros el año pasado, un 23% más que en 2009. Y eso que han recortado sus precios, lo que significa que el volumen de comida que han servido crece todavía más.
En Alcorcón, nada hace intuir esta tendencia. La clientela parece la de siempre: jóvenes que montan su primer hogar, familias cargadas de muebles... Pero, entre el gentío, se detecta a los que sólo han venido a comer. El jubilado que rellena el café tres o cuatro veces. El cuarentón que recicla un vaso de la basura para tomar un refresco gratis. Los clientes que remolonean hasta las 17:00, cuando entra en vigor la oferta de las albóndigas a un euro.
Entre los adictos de los meatballs está la familia Navarro-Sayabera. Por ocho euros, cenan seis: el matrimonio (Ana y Juan Jesús), los niños (Marcos e Irene) y los suegros (Rosa y Simón). Entre todos, dan buena cuenta de una ensalada y seis platos de albóndigas.
-¿Por qué vienen a Ikea?
-Mi mujer está en paro. Yo monto ascensores y ya sabes cómo está la construcción... Hay que ahorrar-, cuenta Juan Jesús.
El fenómeno es cada vez más habitual en España. Aunque, de momento, ha pasado desapercibido. Aquí no se han producido las protestas de Bélgica, donde la patronal de hosteleros invitó a 200 vagabundos a Ikea para denunciar su «competencia desleal». «Tras ver las albóndigas por un euro, la gente tratará los restaurantes normales como ladrones», dijo su presidente.
Muchos restauradores no entienden cuál es el negocio de vender diez meatballs a un euro. Y la respuesta es simple: en realidad, no es un negocio. «Ikea concibe la venta de comida como un servicio, no como una actividad de la que sacar beneficio», explica una portavoz de la multinacional sueca.
Gracias a la cafetería, Ikea consigue que sus clientes se queden más tiempo en su local. Además, los precios ajustadísimos afianzan su imagen low cost. Tras la paliza de recorrer la tienda, lo último que ve el cliente es un perrito a 50 céntimos.
Pese a estas irresistibles ofertas, las cafeterías de Ikea ganan dinero. O, al menos, no lo pierden. «Teniendo en cuenta que en 2011 se vendieron 16 millones de albóndigas, en raciones de 10, 15 o 20 unidades, no es difícil entender que los grandes volúmenes permitan generar lo suficiente para pagar los costes de estructura», explican en Ikea.
Pero esta jerga de MBA no está en la mente de las personas en apuros que visitan sus instalaciones. En el Ikea de Badalona, por ejemplo, un hombre demacrado almorzaba todos los días dos perritos calientes y varios vasos de refresco.
-Señor, que esto no es sano-, le decía la responsable del tenderete.
-Ya, hija, pero no puedo permitirme otra cosa.
Hace semanas que el cliente no aparece a su cita diaria. «Estoy preocupada», admite la camarera.
De vuelta a Murcia, Puri recuerda a la pareja que pidió cuatro raciones de albóndigas: dos para comer en el momento, otras dos para un tupper. O el matrimonio de ancianos que, avergonzados, le pidieron comida gratis. «Saqué dinero de la taquilla, me puse a la cola y les invité a cenar...», recuerda. «A veces, este trabajo te parte el alma».


Por otro lado, también quiero hacer eco de una opinión que he leído, procedente de Mortiziia, la cual lleva más razón que un templo, y que, resume mi parecer también:

Que conste que estoy de acuerdo con el asco y la desesperación que me produce el hijodelgranputismo que campa a sus anchas en la política española, que conste que soy perfectamente consciente de que la necesidad está haciendo estragos en España y que nos encaminamos al realismo literario del XIX, pero esto del IKEA es de "La gente de Bart" totalmente, y no, no me recuerda en absoluto a Dickens. "Por 5,80 euros cenamos los tres". Claro. Y yo por 5,80 euros les hago la cena y el desayuno del día siguiente EN CASA. Y a los seis les hago albóndigas por 8 euros y me sobra para repetir al mediodía siguiente. Lo que pasa es que nos gusta tantísimo el mamoneo que por tal de comer fuera, pues comemos hasta en el IKEA. No tenemos un duro, pero en el IKEA nos sale barato y así matamos dos pájaros de la misma pedrada: nos tiramos el pisto y sacamos lágrima fácil. ¿Cómo va a recordarme salir a comer en plan cutre extremo, pero salir por encima de todo, a no tener para chupar ni un cartón en el invierno británico? :_D Sé que es una opinión un poco dura, pero es que la gente me toca las narices como no te imaginas. Tengo una amiga con un hijo adolescente que se vio en la calle de un día para otro por circunstancias terribles que no viene al caso contar. En la calle, con una mano delante y otra detrás, sin familia, sin nada. ¿Qué hicieron? Lo primero, irse a comer por ahí, para que se les pasara el disgusto, sin saber dónde iban a pasar la noche. Luego ella ha trabajado hasta de stripper para poder pagarse una habitación que ocupar con su hijo, pero no te creas que dejó de fumar o de salir de copas los fines de semana. Es una luchadora totalmente y jamás ha ido de víctima, yo la admiro 100%, pero habría sido hipócrita llamar al periódico o a la tele para contar su historia yendo de pobrecita contando cómo tuvo que trabajar enseñando las tetas para salir del atolladero y poder seguir pagándose el tabaco.

Si alguno de los aludidos no quiere que de su opinión que me lo diga y la borro

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